Crecí en los ochenta y no me acuerdo, pero de aquella empecé a escribir, casi al mismo tiempo que a leer. Las monjas me aconsejaban no leer tantos tebeos porque, según ellas, no me iba a disciplinar nunca (no me discipliné). Me eduqué literariamente entre Leia Organa y la Ofelia; entre Luisa Lanas y Candy Candy y acabó por gustarme Gonzalo de Berceo (no me discipliné). No doy nada por sentado: solamente creo en dos cosas, un Dios Único y en Buffy Cazavampiros. Ahora escribo casi cualquier cosa por encargo, además de haber dirigido dos cortometrajes y escrito otros tantos. Cuando no escribo me encontraréis aprendiendo a criar a mis dos hijas y haciendo kendo en el dojo Aranami Madrid, donde por fin practico disciplina.